Por Martín Pérez
Desde que a Oliver Stone se le ocurrió que era el candidato ideal para protagonizar su film sobre The Doors, es difícil ahuyentar el fantasma de Jim Morrison a la hora de pensar en Val Kilmer. Algo que los realizadores de Planeta rojo explotan �voluntariamente o no� a la hora de hacerlo farfullar hasta el hartazgo el tema �19th Nervous Breakdown�, de los Rolling Stones. Tan fuera de lugar como Mick Jagger al frente de los Doors �o como Morrison al lado de Keith Richards� la única utilidad de Planeta rojo parece ser demostrar que Brian de Palma no estaba tan equivocado. O que alguien podía hacerlo peor.
Utilizando sus primeros diez o quince minutos de metraje para contar lo que a De Palma le costó medio film, si Planeta rojo parece un film dinámico en ese comienzo es porque tiene poco y nada para decir. Mitad Gran Hermano y mitad video-juego, este film firmado por Anthony Hoffman es un vacío entretenimiento adolescente lleno de parlamentos avergonzantes, que hacen pensar que toda la historia de un género llamado ciencia ficción existió en vano, porque ninguno de sus tres guionistas recurrió a ella para sacar al menos una idea. Su trama es la de la primera misión tripulada a Marte, que viaja sin inconvenientes hasta que el primer accidente la deja herida de muerte y así queda hasta su regreso �obvio� triunfal.
Sin ideas cinematográficas para regalar durante sus dos horas de metraje �algo que sí hace extrañar a De Palma�, Planeta rojo sólo tiene para ofrecer caras conocidas para el cinéfilo, como Carrie-Anne Matrix Moss o el gran Terence Stamp. Lástima que la bella Moss apenas si parezca estar participando de aquel tristemente célebre �largo de pecho� de Rock & Pop TV �con una malla blanca que le marca los pezones� y se dedique a conversar con la computadora de a bordo. Y que a Stamp se le regalen un par de vacíos parlamentos seudo-importantes antes de quitarlo rápidamente de en medio.
La única idea del suspenso cinematográfico que parece comprender Hoffman es la del que anuncia en voz alta cuantos minutos �o segundos� faltan para la inminente catástrofe. Eso ocurre a menudo A la hora de escapar de la catástrofe inicial de la nave madre, de quedarse sin oxígeno para respirar o de correr hacia el final feliz. Una obsesión que invita al pobre espectador a hacer lo mismo, a contar los minutos que faltan para el final.
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